Santorini, la isla de acantilados rojizos y volcanes escondidos
Santorini es una de esas islas difíciles de olvidar y que todo aquel que la visita no sólo la recomienda sino que además está loco por volver a ella. Eso es lo que me pasa a mí desde que la visité allá por 2005. Más de 10 años después, estoy deseando volver a la isla de las puestas de sol, de acantilados rojizos, de volcanes escondidos.
Algunos datos de Santorini
Qué es Santorini
Santorini es una isla volcánica perteneciente a las Islas Cícladas, que en realidad está formada por un archipiélago de forma más o menos circular sobre el mar Egeo. La isla principal tiene forma de croissant y después hay varios islotes que incluyen dos volcanes cuya última erupción fue en 1950.
De dónde viene el nombre de Santorini
Lo de su nombre tiene bastante historia. Su primer nombre fue Kallisté, que significa «la más hermosa». Se rebautizó a Théra en honor del fundador de la colonia, Teras. También fue llamada Strongylē, «la redonda». Y ya su nombre actual se debe a los mercaderes venecianos que comenzaron a llamarla Santa Irene en honor a la patrona de la isla Santa Irene de Tesalónica. El nombre evolucionó hasta Santo Rini, y posteriormente hasta su nombre actual, Santorini.
A partir de 1840 se volvió a utilizar el nombre antiguo de Théra, aunque el más usado continúa siendo Santorini. Así que no te extrañe si continúas viendo los nombres de Santorini, Tera, Thera o Thira por toda la isla, ya que todos ellos se refieren a lo mismo.
Mi visita a Santorini
Medio día fue suficiente para enamorarme de Santorini, el que pasé en la isla como parada de nuestro crucero por el Mediterráneo. Veníamos ya hechizados de las anteriores paradas en Patmos y Mykonos, y Santorini fue la guinda perfecta del pastel.
Acantilados y casas de Santorini
La primera visión que tuvimos de Santorini fue desde el barco. Entramos por uno de los extremos de la isla y bordeamos toda su costa hasta más de la mitad del «croissant». Fue impresionante ver los acantilados coronados de una sucesión de casas blancas. El barco nos acercó a escasos metros del pequeño puerto, y el último tramo lo realizamos en lanchas.
Ya con los pies en el puerto, un autocar nos esperaba para recorrer Santorini. La primera parte del camino fue por una carretera en ascenso que zigzagueaba para salvar el desnivel de 300 metros hasta la parte alta de los acantilados. Desde aquí arriba la panorámica era si cabe aún más impresionante, y además nos permitió ver mejor la forma de la isla grande y de los otros islotes, uno de ellos con un volcán. También nos comentó la guía había un volcán bajo el mar.
Oia
Fuimos hasta el extremo norte, a Oia, uno de los pueblos más espectaculares que he conocido nunca, con sus callejones, sus antiguas casas de pescadores excavadas en la roca y pintadas con cal, escalonadas de tal forma que la terraza de una formaba el tejado de la siguiente. Las casas caían por la montaña hasta casi acariciar el mar. Hay quien dice que Oia es el lugar más perfecto y soñado para ver las puestas de sol, y a mí no me cabe duda de ello.
Entre las casas destacaban algunas iglesias blancas con cúpulas azules, realmente bonitas.
Algo que también nos encantó fueron los patios de las casas, llenos de plantas, algunos muy decorados y otros en los que estaban pintando cuadros tan bonitos como éste.
Desde Oia teníamos unas vistas increibles de los otros islotes e incluso se diferenciaban las capas rojizas de los acantilados.
Otras islas del archipiélago de Santorini
Imprescindible sentir el encanto de sus calles estrechas y descender hasta su pequeño puerto en aguas del mar Egeo.
Firá
Tras la visita a Oia, regresamos al centro de la isla y paramos en Firá, la capital de Santorini. La localidad es un auténtico laberinto de calles blancas construida de manera alargada encima de los acantilados.
Paseamos sin rumbo muy claro entre callejones y casas blancas, ya que así es como hay que pasear por Santorini, hay que disfrutar de sus calles. Y fácilmente llegamos a sus iglesias. Primero la iglesia ortodoxa, de forma curiosa con aspecto muy oriental, con fachada totalmente blanca y un interior muy decorado.
Interior iglesia ortodoxa de Firá
Algo más de trabajo nos costó encontrar la iglesia católica, y eso que tenía una torre alta muy característica en amarillo y azul.
Finalizamos la visita a Firá y volvimos al barco en lancha. Pero antes de regresar, tuvimos que descender hasta el embarcadero, y para ello teníamos tres opciones: a pie, en teleférico y en burro. La opción de bajar en burro a pesar de resultar curiosa fue desaconsejada por la guía, porque decía que los burros se resbalaban y muchas veces los turistas se daban un gran golpe con el suelo. Así que elegimos el teleférico.
La verdad que daba algo de impresión por lo empinado del descenso, y aunque ver los acantilados y las casas de Firá fue espectacular, la verdad que sólo pudimos disfrutarlo durante escasos segundos, porque fue un visto y no visto.
En cuanto quisimos darnos cuenta estábamos junto al embarcadero y el bar.
Restaurante en el puerto de Firá
Ya en la lancha, tuvimos que decir a la fuerza adiós a esta isla tan asombrosa que es Santorini, teniendo pendiente la subida a su volcán, y prometiéndonos volver para seguir recorriendo muchos de los rincones que nos faltaron por conocer.
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