Laponia día 7: Tankavaara y el espectáculo de la aurora boreal
De Luosto a Tankavaara
Al despertar en la cabaña de Luosto y asomarnos por la ventana, nos encontramos con un bosque inmenso. Hasta ese momento no fuimos conscientes de lo internado que estábamos dentro de este paraje, con los árboles a un metro de nuestra cabaña. Era realmente precioso, y creo que pocas veces en mi vida presenciaré un paisaje así al despertar.
Al abrir la puerta, nos encontramos con esta estampa. No nos sorprendía ya que la nevada del día anterior había sido tremenda, y aunque quitar la nieve y el hielo de los cristales del coche se había convertido en nuestra rutina diaria, la verdad que esta vez el grosor de la nieve se había superado.
A las once abandonamos la cabaña. Los primeros kilómetros transcurrieron solitarios por la carretera que atravesaba el bosque de Luosto.
Era sorprendente porque mirando al frente parecía completamente de día, pero mirando a un lado daba la sensación de estar aún amaneciendo. En realidad el sol no subió más de esta altura. Al estar dentro del Círculo Polar Ártico, el sol permanecía en el horizonte sin subir más, para comenzar a desaparecer apenas tres horas después.
Sol en el Círculo Polar Ártico
Hoy no teníamos paradas previstas antes de Tankavaara, así que íbamos disfrutando del paisaje sobremanera, y parando cuando encontrábamos algo que fotografiar. No pudimos resistirnos ante estos renos que lo mismo se tumbaban como caminaban con un paso muy ligero, e incluso en algún momento parecían acariciarse con sus cabezas. Resultaban realmente graciosos.
En cuanto a localidades, sólo encontramos una, Sodankylä, donde nos llamó la atención encontrar una fábrica de Toyota.
El resto eran extensiones de kilómetros y kilómetros de bosque, en la que aparecía cada tanto alguna cabaña desperdigada. Otras veces ni siquiera se veían las cabañas, pero sí se podían intuir, por ejemplo al encontrar buzones al borde de la carretera.
En un momento dado nos dio la sensación de pasar sobre un lago congelado, en el que soplaba muchísimo viento. Volaban pequeñas nubes de polvo de nieve, y nos recordó, salvando las distancias, a las nubes de polvo del desierto.
Diez minutos antes de llegar a Tankavaara llegamos a Vuotso, la puerta de entrada a la tierra Sami.
Vuotso, puerta de la tierra Sami
Tankavaara
En Tankavaara no pensábamos para nada encontrar un pueblo tan atípico como es, con apenas cuatro calles, o más bien caminos. Intentamos visitar el museo, pero estaba cerrado, así que fuimos directos al alojamiento. El Tankavaara Gold Village formaba parte de un auténtico poblado de estilo western. La recepción se encontraba en el bar, con un ambiente algo extraño que también recordaba al western e incluía una actividad de búsqueda de oro.
Hotel del pueblo de oro en Tankavaara
Esta puerta daba acceso a las cabañas donde dormiríamos. El entorno era precioso y nuestra cabaña una auténtica cucada.
Cabañas del Tankavaara Gold Village
En otra cabaña tenían la cocina, y aprovechamos para comer. Preparamos el típico reno con arándanos rojos y puré de patata, que para ser precocinado, no estaba nada mal. Lo acompañamos con una especie de salchichón de reno y vino caliente llamado glögg, que además nos sirvió para calentarnos las manos.
Reno con arándanos y puré de patata
La aurora boreal en Tankavaara
En la cocina conocimos a dos chicas portuguesas que estaban pasando varios días en Tankavaara. Nos tomamos la tarde con bastante calma ya que el único plan era esperar a ver si a la aurora boreal le apetecía aparecer. Nos habían dicho que podía aparecer a partir de las siete de la tarde, así que a esa hora nos adentramos en el bosque, en un lugar muy oscuro, esperando a las famosas luces del norte.
El cielo estaba despejadísimo y completamente lleno de estrellas, como no había visto nunca antes. También se veía una especie de nube gigantesca iluminada, y aunque se veía blanca, algo nos decía que podía ser la aurora boreal. Minutos más tarde comprobamos que en efecto allí estaba, y aunque era llamativa, aún no nos resultó tan increíble como nos habían contado.
Fue más de una hora después cuando entendimos por qué la gente viaja al norte de Europa exclusivamente para ver la aurora boreal. Se volvió muy verde y empezó a crecer, se alargaba, se ensanchaba, se multiplicaba en varios halos de luz que formaban semicírculos sobre nuestras cabezas sin parar de moverse y que parecían provenir de un faro gigantesco del polo norte. Nos hacían falta más cámaras, más ojos y más manos para captar todo lo que teníamos encima moviéndose. Fue un auténtico espectáculo de los sentidos, y uno de los momentos más emocionantes de toda mi vida, y que tengo claro quiero volver a vivir.